David avanzó por el largo y oscuro pasillo, cada paso más silencioso que el anterior. Las luces intermitentes apenas lograban iluminar el lugar, lo que hacía que el ambiente fuera aún más tenso. Sabía que estaba entrando en territorio peligroso. Las cámaras que lo vigilaban eran solo la primera advertencia de lo que estaba por venir.
De repente, el sonido de un zumbido metálico llenó el aire, y al instante, una serie de haces de luz roja apareció frente a él. “Láseres de seguridad,” murmuró David. Claro, porque un lugar como este no estaría completo sin un sistema de seguridad digno de una película de espías.
Se agachó para observar mejor los haces de luz. Había decenas de ellos, cruzando de un lado al otro del pasillo, en un complejo patrón que se movía constantemente. Solo un paso en falso y las alarmas se dispararían, probablemente seguidas de una desagradable sorpresa en forma de guardias armados.
“Bueno, siempre me han dicho que tengo buena flexibilidad,” bromeó para sí mismo, mientras se preparaba para esquivar los láseres. La clave era moverse con precisión. Había visto esto antes, aunque generalmente en simulaciones o entrenamientos. Pero esta vez, un error no solo activaría una alarma, sino que probablemente le costaría la vida.
David inhaló profundamente y comenzó a moverse. Primero, deslizó su cuerpo por debajo de un grupo de láseres que cruzaban a la altura de la cintura. Luego, con una rápida pirueta, evitó otros que barrían el suelo a velocidad. Era como una danza peligrosa, en la que cada movimiento debía ser ejecutado con precisión milimétrica.
Se detuvo un momento, observando el siguiente conjunto de láseres. Este era el más complicado. Los haces giraban en espiral, cruzándose entre sí en un patrón tan caótico que incluso David tuvo que detenerse a calcular la mejor forma de atravesarlo.
“Muy bien, David,” se dijo a sí mismo. “Solo es un rompecabezas más.” Con un movimiento rápido, se lanzó hacia adelante, rodando por el suelo y esquivando los haces justo a tiempo. El último láser pasó a milímetros de su cabeza, pero había logrado pasar sin activar el sistema de seguridad.
“Y dicen que el yoga no es útil,” murmuró mientras se ponía de pie al final del pasillo. Pero no había tiempo para celebrar. Sabía que al otro lado de esa puerta, las cosas solo se pondrían más complicadas.