La misión en el almacén clandestino seguía avanzando a medida que Isabel y David investigaban los documentos que habían descubierto. Los registros proporcionaban detalles críticos sobre las operaciones de contrabando de armas, pero David no podía dejar de sentir que algo andaba mal. Isabel, alerta y decidida, había seguido el sonido de los pasos hasta una puerta lateral. Con cautela, la abrió lo suficiente para ver a dos guardias de la organización patrullando el área. Estaban cerca, y el tiempo se agotaba. David, dentro de la mente de Isabel, reconoció la necesidad de una estrategia audaz. Usando sus habilidades de escritor, le sugirió a Isabel una idea arriesgada. Tomarían a uno de los guardias como rehén y lo usarían como moneda de cambio para obtener información sobre el traidor. Con rapidez y sigilo, Isabel se acercó a uno de los guardias por la espalda. Lo desarmó antes de que pudiera reaccionar, y lo inmovilizó con una llave de cuello. El guardia, asustado y sin aliento, no tuvo más opción que rendirse. David, sintiendo la tensión en la situación, comenzó a interrogar al guardia. Preguntas sobre la red de contrabando y la identidad del traidor se mezclaron con sus propias dudas sobre su papel en esta historia. ¿Había creado él mismo al traidor en una de sus novelas? Las respuestas del guardia eran reveladoras. Señaló que había un infiltrado en la organización, uno que había estado proporcionando información interna a las autoridades. La traición se había extendido más allá de las fronteras de la organización, y la amenaza era mayor de lo que nadie había imaginado. David sabía que ahora debían regresar a la sede de operaciones y enfrentar el peligro que se cernía sobre ellos. Mientras Isabel mantenía al guardia bajo control, el tiempo se agotaba para resolver el enigma de la traición y desmantelar la red de contrabando de armas antes de que fuera demasiado tarde.